Meando contra el viento

Cuando el 30 de diciembre ETA volaba la tregua por los aires, no puedo decir que me sintiera sorprendido. En cierto modo creo que lo estaba esperando, ya que esa era la señal (siempre ántes de que saltase la noticia de que había dos desaparecidos) de que las cosas iban por buen camino. O al menos por el camino de la negociación. Además era tal y como lo esperaba; una bomba (figurativa y literalmente) mediática.

La mayor cantidad de explosivo que ETA había utilizado jamás (como prueba de fuerza), en un sitio público (asegurándose la repercusión mundial de la noticia), en Madrid (como símbolo centralista) y en el aparcamiento de una terminal recién inaugurada (probando que pueden burlarse de las fuerzas de seguridad).

Todo esto lo entendía, que no compartía ni mucho menos justificaba. El Gobierno puede negociar con el acercamiento de los presos, la legalización de Batasuna, la autodeterminación (o el posible derecho del pueblo vasco a elegirla o no), de Juana Chaos, amnistías, o lo que sea… En cambio el único poder (o elemento de negociación) era, es y seguirá siendo el terror.

Como decía; éste era (intuyo) según ellos “el plan perfecto”. Pero claro, tal plan no existe. Y no contaban con Carlos, ni contaban con Diego. No contaban con que a pesar de hacer una llamada anónima para la policía evacuar un parking de una terminal no es lo mismo que desalojar un gaztetxe. (Y en este caso no entro a cuestionar las medidas de evacuación y es que, aunque seguramente podría, este no es el caso).

Y Carlos y Diego les han vuelto a manchar las manos de sangre. Probablemente sin que ellos lo esperaran a tenor de la cara de nomelocreoniyo de Otegi ayer o anteayer. Y así; Carlos y Diego se han convertido en las injustas lápidas número 181 y 182, salpicando a un gobierno al que lo único que desde mi punto de vista se le puede reprochar es tener la voluntad de terminar con el terrorismo (al menos con éste).

En mi opinión ninguna ideología política merece ni una sola vida humana. De modo que señores; hablemos. Ustedes, ellos, la iglesia, los políticos… ¡como si quieren que hable también el Dalai Lama! La cuestión es llegar a un acuerdo y que algún día, ojalá, podamos recordar a Carlos y a Diego como las últimas víctimas antes de LA PAZ en lugar de las primeras tras la tregua.