Fito
Era el único collie al que le quedaban bien las rastas, el único que bebía kalimotxo, el que se metía al agua en Sopelana para buscarme. El que cuidaba (a ratos) mi toalla mientras pillaba olas. El más tonto, el más cabezón y el más guapo. El que filosofaba con las patas cruzadas y la cabeza apoyada encima. El que se negó en redondo a comer comida de perros y el único con huevos suficientes para dejar en mi casa un plato sin tocar. Al que le vuelven loco los quesitos, la tortilla y las antxoas. El que me ayudaba a ligar en Algorta, y el que me encubría los colocones con los que a veces llegaba a casa.
También es el mismo al que tenía que sobornar con mimos cuando llegaba borracho por la mañana, y al que mi madre me encontraba abrazado, dormido (y aún borracho), en la puerta de casa 2 horas más tarde.
Vamos, que Fito es el mejor perro de mundo, siempre lo será. Y al que diga que no, que me lo diga en la calle.
Y además de por todas estas cosas; porque como decían en un musical que vi el otro día, desde esta tarde en la tierra hay un perro menos. Y en el cielo una estrella más.
Por favor: que alguien me diga que allí arriba hay quesitos, tortilla y antxoas.