Me gustan las tiendas. Y tengo cierta predilección por las que son originales o presentan algo fuera de lo común (véase tienda con cafetería, con salas de espera o cabinas con auriculares tipo sección de discos). Pero el otro día, mientras me secaba el cerebro buscando qué regalarle a alguien que lo tiene todo (y de marca) descubrí el colmo de la absurdez hecha tienda.
Me llamó la atención ver que en medio de Lasramblas, junto a un restaurante pseudo-bueno, había un portero-gorila. No un segurata con uniforme, porra y demás parafernalia, no. Un gorila. Al más puro estilo Afterfromtheperiferia; con chupa de cuero, su pinta de malo y su cara de haber repetido un par de veces 3º de EGB (ay, que complejo es el incómodo mundo de las fracciones). Te miraba de arriba abajo y (desde abajo) tú te sentías como la primera vez que pudiste colar en una discoteca “de mayores" con 15 años. Con exceso maquillaje (ellas) y sobredosis de colonia (ellos).
“Gracias Don King Kong”
Y dentro… el súmmum del futurismo fiestero. La ropa era normal y los precios tirando a caros en la relación calidad/precio, pero eso era lo de menos. Es el lugar lo que vale, y más que el lugar, sus habitantes.
Un pasillo en forma de U, y EL en el centro de la tienda. Elevado en un exclusivo altar para él solo. El dios de Mataró en su trono de Rey del Tunning capilar. Pelocenicero con mechas rubias y mucho goldfilled. Sin lugar a dudas era: El diyei*.
Pinchando musicon-nen-loflipas-laostia-nen, para dos alemanas cincuentonas que revolvían entre perchas de jerseys de chica másqueinspirados en Hilfiger, un matrimonio con su niño de 4/5 años buscando unos vaqueros no demasiado modernos- no demasiado clásicos (estoy-en-la-crisis-de-los-35 y no-sé-como-debo-vestir-a-partir-de-ahoraI), y un servidor.
El diyei sudaba, se lo curraba. Bueno digo yo, porque imagino que mientras la tienda estaba vacía le dejarían poner lo que le diera la gana y aprovechaba para “lucirse”. Imagino que a partir de más de 6 clientes, le harían volver a poner remezclas de Lighthouse Family y refritos de Bob Sinclair, que siempre quedan elegantes a la vez que modernitos.
Alucinado como ninguno con la estampa de la discoshop, decidí dar la vuelta “natural” a la tienda para evitar, que aunque mi interés en comprar era menor que el de Bush en la Revolución Francesa, aparentar el horror que se había apoderado de mí (Frantic Mode On) y salir corriendo.
Aunque reconozco que estuve a punto cuando al dar la vuelta del minitemplo de la politoxicomanía hecha diyei, descubrí a su alter ego femenina. El clon de Sofía Cristo con una minifalda imposible y una camiseta kylieminoguera. Si ya era para procesarla por crímenes contra el decoro con agravantes por el atuendo que la adornaba, casi mejor no hablamos de su postcolocón (digno también de Sofía Cristo).
Mirada perdida. Pupilas dilatadas. Movimientos espasmódicos. Y un irrefrenable impulso de gritar: Quepasssssaneeeeeeeeng.
Dios y Diosa de sus mundos. Mundos maravillosos en los Apolo pone la música y Atenea la convierte en danza.
Richarl y DéborahManuela de los nuestros. Mundos no tan maravillosos en los que ponen a varios potenciales protagonista de una página de sucesos como reclamo para vender ropa.
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Diyei: Es la evolución natural de lo que nuestros padres conocen como pinchadiscos y nosotros más tarde como disc jockey o dee jay (dj). Sólo que los que nos ocupan son mucho más flacos, mucho más chungos y mucho más incoherentes.