The First, The Last, Eternity (I)
Hace cosa de una semana llegué a casa y Selby estaba pegado a la tele, estudiando eso que el llama “fenómeno español” que son los programas de Ana Teresa Gaztañaga.
Me miró muy serio y me dijo: “Rocío se ha muerto” y automáticamente pensé en lo aliviado que estaría Ortega Cano y la de viajes que iba a poder hacer ahora a Méjico y alrededores para “torear”. Y de la (necesaria) cirugía plástica que se iba a poder hacer Rociíto con los dividendos de las exclusivas del duelo y llanto. Y la de corbatas que se tendría que comprar Antonio David para salir en todos los programas ahora que podría volver a la palestra.
Realmente me pareció la muerte (anunciada) perfecta. Todos salían ganando. Bueno, menos los vecinos de Chipiona que dejarán de salir en la tele. Aunque, ¿a quién le importa dejar de ver a estos señores?
Pero de repente miré a la pantalla y me encontré a la Dúrcal. La de las rancheras, la madre de la mala de “AlSa”, con la que la prensa se portaba bien porque ella se portaba bien con la prensa.
Y me dio pena. Sí. De pronto y sin esperarlo. Porque me caía bien esta señora. Con un puntito Anita Pallenberg construida a sí misma. Profeta fuera de su tierra. Y segunda rociera del reino. Siempre he sido mucho más fan de los segundos. Los primeros siempre defraudan.