Blue Socks Day
Hoy ha sido un día de esos. Ha sonado la alarma del móvil, porque aunque tengo despertador (protagonista de posts) tengo que dejar el teléfono cada día en un sitio diferente si no quiero que mi subconsciente lo maltrate hasta que se calle y quedarme dormido tan pancho. De modo que he saltado de la cama antes de que la, polifónica, melodía despertara a Tuckie y a Ella (que han venido a pasar el findesemana en Barcelona y se quedan hasta el martes). Una vez localizado y apagado el bicho tecnológico, duchado, afeitado, peinado y debidamente perfumado yo, he tenido que buscar a tientas dos pares de calcetines. Unos para trabajar y un par aleatorio que ponerme con los vaqueros. Cuando ya bajaba en el ascensor me he dado cuenta de que dos fundas azul eléctrico separaban mis pies de las Prada que me autorregalé en Navidad y que por el precio me podían haber avisado: “No Troy, que son los calcetines del amigo invisible que utilizas para andar por casa, no cometas esa atrocidad con nosotras!!!!”
Llego a la calle y tengo la multa mencionada, atasco en Gran Vía, depósito en reserva, autobús averiado que impide entrar a la gasolinera, camiones por la carretera que me enguarran el parabrisas porque ha llovido y el suelo está mojado, pero no llueve como para limpiarlo, le doy al limpiaparabrisas hasta que acabo el líquido, así que llego al trabajo con las Blinde puestas sacando la cabeza por la ventanilla. Justo en el momento en que estoy aparcando, se oye un trueno y empieza a jarrear. Como Pippin en el anuncio mítico entro en la oficina con las Prada en la mano mientras ellas y yo chorreamos. Saco los zapatos del armario y en ese preciso instante tengo un flash back de cómo mientras a oscuras me ponía los calcetines azules dejaba los otros encima de la tele. Seguramente seguirán ahí, si Selby, Tuckie o Ella no los han quitado.
Son una llamada a la atención de la gente. Son como llevar la corbata por fuera o la bragueta abierta. Son azules. Y Burberry’s siendo tan marica y tan pérfido ha sido lo primero que ha advertido en cuanto he entrado en el despacho.
Les he contado el día que llevaba, hasta que me he cansado de que lloraran de la risa... Entonces les he dicho que los calcetines son un regalo de mi sobrino y que me los ha comprado nada más darle el alta en el hospital. Han dejado de reirse. Incluso se han emocionado un poquito.
Y yo mientras me decía a mí mismo que es una lástima que no tenga sobrinos…